A la maniera de... Luís Hidalgo
Loquillo celebró sus 40 años de
carrera en un digno concierto en el Palau Sant Jordi
Tres horas de añejos recuerdos, de éxitos que ya han pasado por aledañas
generaciones. Estas que permanecían sentadas en las gradas contemplando la
experiencia de quien ha sabido ser un
chulo en la vida durante sus cuatro décadas de vida artística. Así podría
quedar una definición justa y meritoria de quien fue al Palau Sant Jordi a ver
lo que esperaba ver. Un concierto que demuestra por qué el paso del tiempo ha
dejado a José Maria Sanz en el centro del escenario de una cultura rockera que
en España ha presentado altibajos mientras que él siempre ha permanecido. Y no
es que uno no se pueda quejar de las constantes oportunidades que el cantante
ha tenido para aprovechar su tirón: que si disco-conmemoración de 20 años, que
si gira de 25, 30… y ahora 40. Uno puede estar harto de ese chicle que, por
mucho estirar, parece que nunca se acaba, pero un aficionado al rock español
nunca se puede cansar de esa Rock and
roll actitud (tema con el que comenzó la noche) que forma y formará parte de su ser. Por eso su carisma, aunque
convencer con su oratoria al público no sea su fuerte, se ha convertido también
en seña de identidad de sus conciertos desde el principio hasta el final.
Loquillo no llenó el recinto y tocó frente a la ya famosa cortina negra que
disimula el vacío de la grada más lejana. Pero tampoco faltaba ni sobraba
gente. Estaban los que tenían que estar. Los fieles de toda la vida y los que
continúan enganchándose. Él se ha hecho mayor y sus fans también, aunque los
cambios de voz y movimientos en el
escenario no se deberían tener en cuenta visto lo visto. El Loco y su banda se entregaron desde el primer minuto y
demostraron que poco tienen ya que demostrar. Tan solo hacer una fiesta con el
repertorio ya de sobras conocido. Continuos encendidos de cigarrillos se
sucedían en su boca mientras lo hacían también las tropecientas canciones que acabaron sonando. Y aunque no había
muchas más sorpresas preparadas y las canciones sonaron de la forma prevista,
Loquillo sí que pudo estar acompañado de algunos amigos como Leiva –con el que
tocó y cantó En el final de los días y
el eterno guiño a Burning con ¿Qué hace
una chica como tú en un sitio como este?– o Sabino Méndez –con el que
rememoraría con Rock and Roll Star aquellos
primeros años garajeros con los Intocables
y los Trogloditas.
No sonó mal la cosa tratándose del Sant Jordi y es de agradecer que la
ceremonia se alargara hasta las tres horas de duración con total fluidez. Un
repaso de carrera discográfica fue, como un Grandes
Éxitos que nos pudiésemos poner en casa, pero junto a toda la comunidad loquera. Sin cosas estrambóticas, sin
coreografías ni añadiduras extrañas. Solo lo que puedes haber visto ya mil y
una veces asistiendo a su show. La confirmación de que, por lo menos en este
caso, ser conservador permite seguir haciendo lo que mejor sabes: ser aquel chulo admirado por multitudes.
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