Guido d’Arezzo fue uno de los teóricos más importante de la Edad Media, en la cual, obtuvo una legendaria fama como pedagogo. Durante su primera etapa en el monasterio de Pomposa se dio cuenta de la dificultad que tenían los monjes para recordar los cantos gregorianos.
Guido y su compañero, el
hermano Michael, redactaron un antifonario anotado en un nuevo sistema. Este
innovador sistema de notación, donde se podía saber el tono con exactitud,
llamo la atención de diversos lugares de Italia e incluso de sus propios
hermanos benedictinos aunque más bien, lo que atrajo de sus hermanos
benedictinos fue la hostilidad siendo motivado a trasladarse de abadía. Tras su
traslado, Guido se estableció en Arezzo donde desarrolló nuevas técnicas de
enseñanza como la utilización de las notas “ut-re-mi-fa-sol-la” para aprender
los cantos en poco tiempo. Éstas notas son las sílabas iniciales de cada una de
las seis primeras líneas del himno Ut
quéant laxis, cuyo texto se atribuye a Paulus Diácono.
En una carta escrita por
Guido para su amigo, el hermano benedictino Michael (Epistola ad Michaelem),
narra la sorprendente historia de cómo el Papa Juan XIX le citó ante él
mediante tres mensajeros porque había oído hablar de la reputación de su
escuela de canto y en particular del Antifonario que habían escrito juntos.
Acompañado por el presbítero de los canónigos Don Pedro de Arezzo y el abad Don
Grimaldus de Arezzo fue a Roma. El Papa se alegro al verlos y empezó una larga
conversación entre ellos donde entrelazaba las preguntas con el pasar de las
páginas del Antifonario, observaba atentamente las normas fijadas y de pronto,
lo que hasta ahora había oído pero no se había creído, sucedió acababa de
aprender a cantar un versículo que nunca antes sus ojos hubiesen visto. Por
motivos de salud, Guido tuvo que abandonar la ciudad pero prometiendo que al
invierno volvería para explicar extensamente su aprobado trabajo, al Papa.
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