La crisis de la ópera. Seguimos rescatando bancos antes que a refugiados.

By Unknown - de febrer 26, 2018


      La ópera se ha mantenido como un emblema de la época gloriosa de una Europa que se derrumba. Así como en Viena una estatua dorada de Strauss o unos mazapanes con la cara de Mozart, nos dejan una sensación de una fachada decadente que no ha podido ser renovada en el último siglo. Las salas de ópera funcionan como un museo, una forma arqueológica de vivir el arte. Pero ¿qué tipo de arte?. Como es sabido, la ópera representa y siempre ha representado a la oligarquía, se trata de un producto de mercado —en el siglo XIX la ópera era lo más cercano al pop moderno y a la telenovela— destinado a un público con alto poder adquisitivo que buscaba entretenimiento, un ocio superficial, sin mayor caldo de cabeza o pretensión de obra de arte. Conservarla ha sido un afán de distinción de clase con soporte de interés político.

Esto viene a decir que en pocos casos se trata de un producto de interés publico, pues no se fabricó para regocijar a intelectuales de las artes o las humanidades, tampoco como un claro portador de cultura «popular», ni mucho menos para lo que, hasta hace poco entendíamos como «proletariado» o el «común de la gente». Como puede notar cualquiera que alguna vez haya asistido a alguna representación del genero en cuestión, este rasgo social tan distintivo no ha cambiado en nada desde su creación hace ya tres siglos. Entonces ¿por qué seguimos subvencionándola con nuestros impuestos?

Después de la denominada Gran Recesión del 2008, han sido muchos los teatros destinados a estas representaciones los que han tenido que cerrar —como es el caso de la New York City Opera—, otros como la Ópera de Roma o el mismísimo Metropolitan de New York se encuentran al borde de la quiebra y se han volcado en la búsqueda de nuevos modelos de financiación. Los Palau, tanto de Valencia como de Barcelona, viven hoy con casi o más de la mitad de sus subvenciones aportadas por la Generalitat de las respectivas comunidades. Mientras en España se cierran miles de hospitales y camillas, los gobiernos inyectan cientos de miles de euros para rescatar salas y teatros especializados con entradas por sobre las posibilidades de la mayoría de sus ciudadanos. Si se defiende que la ópera es una portadora de cultura imprescindible para la educación de los ciudadanos, debería ser precisamente el acceso a esta lo que habría que subvencionar; pero como se ve, este no es el interés.

Se trata, como siempre, de un problema de democracia. Los intereses del pueblo no están representados por los dirigentes que toman decisiones por este, sin siquiera darle la palabra y el voto en cuanto al uso del gasto público. Si la ópera ha de subvencionarse, han de ser sus propios consumidores —que tienen unos amplios bolsillos— los que deberían sustentar su entretenimiento y sus espacios performativos de identidad de clase y por ningún motivo los impuestos de la gente que vive al borde del desahucio. Si los teatros de ópera han de desaparecer en pos de salvar algunas vidas, que desaparezcan.

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