Aunque cada vez aparecen más espacios íntimos y pequeños
donde escuchar buena música de cámara, la ciudad sigue resintiendo el peso del
poder centralizado del Liceu, L’Auditori y el Palau, donde continúan interpretándose
incansablemente los mismos programas, repetidos con mayor o menor fortuna, y
con mejores o peores intérpretes. Así cada temporada. Pero en realidad hay que
agradecer que existan estos espacios periféricos y desatendidos donde suelen
aflorar los músicos jóvenes, que ofrecen propuestas muchas veces de gran
interés. Fue así esta última velada en
que nos deleitó -con gran delicadeza y madurez- el joven cuarteto In Artis, con un programa bien sólido que consistió en los tres primeros cuartetos
Op. 18 de Beethoven. Los jóvenes artistas procedentes de diversas latitudes –desde
Hong Kong hasta un pequeño pueblo de Letonia- nos sorprendieron con una
interpretación llena del brío y la
musicalidad propias de un primer Beethoven. El grupo que forman Amaia
Browining, violín primero, Paul Keethon, violín segundo, Akame Zhào, viola, y Andrejs Ivanenko, chelo, tocaron no
solamente con elocuencia e intensidad, sino con una remarcable madurez, casi apantallante
en el primer cuarteto, y una delicadeza bien elegante en los fraseos, incluso
en los pasajes más juguetones, como en el Scherzo del segundo cuarteto, en el
que Amaia mostró una gran capacidad de liderazgo y de creatividad en la
interacción con sus compañeros. La violinista –que se precia de haber estudiado
con los mejores músicos del continente- hace gala de un ágil virtuosismo y de
una intensa musicalidad; gran contraste dinámico y colorístico en los distintos
movimientos, una afinación perfecta, unos
picados brillantes y una línea melódica sinuosa y perfilada, le dan a esta
artista los atributos más preciados. Y ni qué decir los otros integrantes, perfecto
nivel de dominio del instrumento, el violinista americano mantiene unido al
grupo con un pulso incesante e inteligente,
mientras que la violista manejaba con seguridad su parte, siempre en
concordancia con las acciones del grupo, haciendo un ensamblaje fluido y con
perfecto sentido de la linealidad. El chelista letón es sin duda el otro pilar
del grupo, un sonido pleno y sólido daba la estabilidad armónica que permitía erigir
al cuarteto, y esto sin aminorar la expresividad de sus fraseos, amplios y
melancólicos, con una serenidad y una afección profunda en el célebre Adagio
del cuarteto en Fa. El resultado de la velada fue realmente satisfactorio, una
muestra de la gran habilidad de los nuevos artistas que pueblan estos
auditorios poco promocionados pero de una gran calidad. Enhorabuena.
A la maniera de Jorge de Persia (crítico de la vanguardia).
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