Anecdotari: Guillaume de Machaut, Le Voir Dit

By Unknown - d’octubre 13, 2014


-La cornille et le corbeau ont dit la vérité…- su voz se deslizó áspera, como arrastrándose en su garganta seca. Media sonrisa plegó su mejilla al escurrirse cándida la sílaba –ille, dejando expuesta su lengua porosa y blanquecina, que latía como un desgastado anfibio, asomándose disimuladamente por la comisura oscura y húmeda de su boca. Sus pupilas temblaban tras la lágrima estancada que patinaba sus ojos, la sorbían como se sorbe la emoción de un beso nunca dado, la apretaban contra el infinito que tan cerca estaba de ellas.

Nunca llegué a conocer el sentido de esas palabras, porque nunca aprendí a leer. Mi saber se quedó entre el filo de la daga y la punta de la pluma, y en la espesa mezcla de carbón y vino del mortero; pero al maestro siempre le gustó leerme sus poesías. Al final, después de Saint-Denis, ya nunca tuvo tiempo.

La mencionaba mucho, Toute Belle; hablaba de un secreto cerezo, de un beso oculto en un pilar. Hablaba de un tal Valerio Máximo y de un Ovidio, romanos creo, nunca los conocí. Reía y lloraba mucho. Varias veces se despertó por la noche, pálido de espanto, con la piel emblandecida por el sudor. Un día, mientras intentaba abrir un viejo cofre se abalanzó colérico y vociferante contra mí.

Al final, después de Saint Denis, sus versos tenían figura femenina. Lo vi acercando una hoja trémula a sus labios ancianos, mientras cobijaba en lo oscuro el pudor sus ojos. Dejaron de dibujar sus arrugas la estela del andar solitario entre heladas paredes. El redescubierto sol tostó suavemente su piel blanca y enjuta, y sus dedos se llenaron del pausado perfume del mirto y el tomillo.

Su quijada se recorrió, se destensó lentamente tornando el pliego sonriente en un apacible pasmo, una caricia de párpados cubrió sus ojos con brillo de pestañas platinadas -… n’est pas de dire la vérité, ce qui est impossible, mais de produire une vérité, puisqu’il en est convaincu, la vérité résulte d’une decisión morale.-


No besé su mano por temor a contagiarme de muerte, ni siquiera me acerqué al lecho en el que yacía; me levanté con reverencia, mirando el vacío que reflejaban los ojos del maestro.



De: Lebrecht, Norman, The Book of Musical Anecdotes









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